
Por M. Berlín
Mil millones de pobres son la consecuencia de un sistema injusto defendido por las democracias del Primer Mundo. Democracias que se jactan de hablar de derechos humanos y de la dignidad de las personas, pero que no son capaces de redistribuir la riqueza que obtienen explotando a los más oprimidos. En unos tiempos en los que tanto se habla de sostenibilidad, cabe preguntarse si el sistema económico que impera en
Ante estas verdades incómodas (de las que, por cierto, no habla el que fuera candidato a la presidencia de los EE.UU. de América) tenemos dos opciones: mirar hacia otro lado haciendo como que no nos enteramos de nada, o cambiar de dirección y afrontar un problema que, tarde o temprano, acabará con una revolución de los empobrecidos. En nuestra mano está difundir un pensamiento crítico y constructivo que le dé la vuelta a la lógica imperante capitalista.